Ríe el gato, ríe el Gato

Ríe el gato, Ríe el gato…








Cuando resultas montada en un bus de transporte público dispuesto a darte un largo paseo por toda Bogotá antes de llegar a tu destino, y pareciera que el no lo tuviera, pero a sorpresa de mucho -de otros no tanta- tiene, y se encuentra escrito en un tablón expuesto a todos los observadores distantes y ajenos del mundo entero que se encuentra dentro él, dispuestos a subir por necesidad, pero nunca por observar, caso particularmente mío; por necesidad. Como siempre suele resultarme atractivo escojo la ventana, y a través de ella – vuelve y juega- prefiero el mundo que se encuentra allá y no acá en el interior del bus. Veo pasar muchos personajes que parecieran hacer oda día tras día al asombroso y fashionista renacuajo de Pombo, todos pretenden – o pretendemos- salir en mañana muy tiesos y muy majos con pantalón corto, corbata a la moda, sombrero encintado y chupa de boda. Al ver pasar a mujeres de mi edad, otras mayores y otras menores, y ver como visten, y cual es su actitud dependiendo de su atuendo, la seguridad que genera tres pedazos de tela con colores que combinan perfectamente, me doy cuenta que brutalmente cambia su comportamiento, sus movimientos parecen seguros y bailan en el aire a pasos sincronizados con los colores de sus trajes, y sus palabras armonizan todo este baile de sensaciones. Al observar todo esto que ocurría afuera y ser interrumpida varias veces por personas que entraban a conformar el mundo del bus en el que iba montada rumbo al Centro, me entró una inquietud que a decir verdad me mantuvo pensando el resto del camino, ¿será qué lo que observamos, los colores, las formas, etc., es realmente lo que es o simplemente hay otra realidad – la verdadera- y la que vemos es sólo una percepción más? Y si fuera así, ¿quién ve realmente cómo es? ¿Sería posible que nosotros lo viéramos también?, preguntas que me llenaron de incertidumbre y me hicieron pensar en mil mundos posibles y reír mientras imaginaba convertirse esas blusas blancas en amarillos fluorescentes y sus pantalones en fucsias encendidos. Me pregunté cómo nos veían realmente los animales, quizá ellos percibían el mundo verdadero –repito, si es que lo hay- y pasó por mi mente mi gato burlándose de mi mientras yo juraba verme bien frente al espejo. Pensé luego en los olores. El olor que me encanta y muchos son testigos de eso es la Vainilla, al pensar temerosamente que mientras mi perfume a mi me resultaba fascinante a un perro le parecía estiércol, olor a boñiga, en fin, y de nuevo volvió la risa, tal ves algún día decida dejar la Vainilla y empezar a usar un poco de ayuda natural tal ves a mi gato le agrade y se sienta halagado. Tras pensar en cada uno de mis 5 sentidos y reírme de mi misma y de lo que quizá piensa mi gato de mí, llegué a mi destino y por poco me paso por andar pensando en mi gato filósofo – como lo dijo alguna vez mi profesor Carlos Páramo-, sin embargo sigo pensando día tras día cómo sería ver ese mundo detrás del nuestro, y que tan gracioso sería vernos por un día en el, después de creer jurarnos lo mejor, y pasar a ser unos personajes muy bien bestidos.

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